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JURAMENTO


La calurosa noche transpiraba humedades de tormenta. Sólo se veía sombra y no se divisaba cielo. Adivinábanse en las tinieblas, árboles, montes, como otros tantos seres de temerosa inmediación. Alguna luciérnaga parpadeaba á lo lejos. Callado el aire, enmudecían también las hojas.

Previendo un chubasco, la servidumbre pernoctaba en los galpones famularios de la finca. Únicamente en el corredor susurraban dos voces de cuando en cuando, pues los interlocutores al parecer más pensaban que discurrían.

Inmediato á ellos columbrábase el caballete de las monturas, y sobre el poyo un brasero apagado. Palpitaban fuertes los pechos de las personas, que eran hombre y mujer.

—...Siempre? rogó uno.

Y al cabo de un tiempo no breve: