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BAILE

flagelada por sus propios andrajos, personificaba el desastre.

Sin volver su cabeza que las llamas pelaron, caminaba entre los horrores del cielo y de la tierra, destruida ella también por el interno derrumbe. Sobre su cadera cimbraron los pies del difunto, marchitos ya; los pobres pequeños pies que el perro lamía a ratos.

Entre los árboles y los pedrones descuajados, aquella figura cohibía a los hombres. Los escombros, los cadáveres con sus entrañas abiertas que el enemigo broceara al doble escarnio de sus bayonetas y de su lascivia, encomendábanle desquites. Huía hacia las rebeliones de la selva familiar, con su hijo muerto, y su desnudez trágica poseída por el hombre extranjero, entre las montañas que temblaban con su dolor. Llevaba consigo la muerte como un emblema y la catástrofe le clisaba el corazón con un juramento de odio. Semejaba una bandera en el tiritamiento de sus harapos. Sus entrañas partidas como las de la comarca natal, escondían también volcanes. Desarraigados todos sus vínculos por la fatalidad y el crimen, era la gran solitaria que durante las noches peregrinaría llorando por la selva su pesar, hasta fundir el alma en llanto, y ya sin alma metamorfosearse en tal cual pájaro de leyenda,