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BAILE

bra roja del humo que los envolvía, daba una lobreguez infernal á la escena.

Sucedía al primer terremoto un tremor amenazante; la tierra tiritaba como el brazuelo de un caballo, y en sus honduras continuaban los rumores: una ebullición de grandiosos ecos repercutidos por cavernas.

Repentinamente cambiado, el paisaje ya no era el mismo. Una ofuscación polvorienta sofocaba el aire; los caballos se desbandaban con azoramiento furioso. Cruzaban el guardapatio grietas profundas y una tripa de arrope se metía por entre dos cadáveres.

Del rancho sólo quedaban penachos de varillas sobre un escorial humeante. Un horcón subsistía abrasado, y de su corteza, las llamas en súbitos volidos, escapaban como pájaros rojos. Entre la humareda, el féretro se destacaba salvo con sus toronjiles y sus claveles postizos.

Los combatientes asendereados por el remezón, medíanse como fieras atemorizadas, presintiendo un castigo en esa intervención de la catástrofe. Y de entre ellos, una mujer espantosa, la madre, se levantó también.

Desgarradas las ropas, al aire los pechos estrujados en la pugna atroz contra esa lujuria de batallones, los ojos nadando en sangre, sacudíala