asaltantes bandearon el grupo, multiplicando puñaladas bajo el revoleo de sus ponchos, echando en resuellos el ímpetu de su envión, enguantándose de sangre hasta los codos. Agigantados por la desesperación, corneaban profundamente á la soldadesca, sembrando el suelo de greñas ensangrentadas. Unidos como una traílla hacían presa por todas partes. Mientras la culata del trabuco molía cráneos, las dagas abrían brecha; y en el ímpetu del primer choque, la tropa, verdaderamente carneada, retrocedió.
Mas el contraataque sobrevino, apenas los asaltantes se aislaron en el círculo de sus facones. La banda goda refluyó sobre ellos en una erupción de tiros y bayonetazos. Brilló por un instante el trabuco sobre las cabezas, al extremo de un brazo rojo que martillaba...
Entre las filas españolas ondeó un penacho de jefe, la cerviz de un caballo se destacó entera, gritaron los de atrás algo como alarmas, y en ese instante, con mugido de subterráneo huracán, bramó la tierra. El suelo falló bajo los pies como peldaño errado de una escalera. Un ansia de mareo basqueó los estómagos, estropajo las piernas, rodó dentro los cráneos sonoros perdigones. El temblor! El temblor! clamaban desuniéndose con el horror de un crimen los combatientes; y la som-