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LA GUERRA GAUCHA

pués con el líquido decantado y fermentar la composición. Y qué chicha! Fuerte como fuego vivo, gorda, estrellada por lúnulas de oro en la sazón que azucaraba sus heces.

Recogida la saya entre las rodillas al paso que se atajaba el humo con la mano izquierda, removía la joven aquellos caldos cuya sonora digestión exhalaba acaramelado aroma. Atizó el fuego, y aproximándose á un cacharro donde avinagraban restos de fruta, volcó el líquido en el perol para aflojarle el verdín. Al inspeccionar una paila vacía, espejose en ella la moza, sonriendo vagamente á su deformada efigie; mas como advirtiera entonces el silencio anormal, miró al horizonte inquieta, como interrogando. Una calina sospechosa enturbiaba aquella serenidad. Dos gallinas picoteaban con inquieto desgano las zurrapas de la chicha en preparación. Cundía por el aire una especie de tristeza. Llegaban á ratos rumores de la reanudada tertulia, con el eco de alguna copla perdida:


Tiene mi paisanita,
Un diente menos;
Por ese portillito
Nos entendemos.


Bajo el corredor un perro acezaba. Aquel silencio, aquella taciturnidad entre tanta luz, sobre-