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BAILE

Cabizbajo, con el sombrero sobre los ojos, el guitarrero se le dormía al encordado, mientras su compañero tamborileaba á compás en la caja de la vihuela. Las llamas de los candiles oscilaban al revolotear de los pañuelos en los melindres de cuecas y mariquitas; el aire polvoriento ribeteaba de colorado los ojos, y el zumbido mosquil rondaba más profundo en torno del muerto. La danza se trocó en momento por canciones, para que una de las morochas atendiese las pailas donde hervía el arrope de la chicha funeral.

Afuera, la soledad se extendía hasta el horizonte extrañamente difuso en el vaho de horno del sol. Reinaba una siniestra quietud, algo alarmante como la precedencia de un acecho. Aquella paralización implicaba aprensiones. Ni un trino en las nemorosas quebradas, ni un balido en las praderas...

A la sombra de tres talas cuyas copas llovían frescura como anchas regaderas, las pailas hervían en sus hornallas de barro. El brebaje indígena daba punto y la muchacha era docta en ello. Desde dividir en dos porciones la harina de maíz cuya cuarta parte dispuesta en ázimas tortillas se masticaba, amasándola con las otras tres en el fondo de un cántaro y levigando todo en agua caliente; hasta reducir a jarabe el poso para mezclarlo des-