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SORPRESA

ramitas. Asomaba tal cual ardilla confianzuda, mirábalo todo, y azorándose desaparecía en un parpadeo. Avispas rojas encendíanse como chispas al cruzar extraviados haces de sol.

Más alto aún, el techo del bosque desarrollaba su arquitectura, enramándose con ojivales entrelazamientos de glorieta.

En puro azul los jacarandáes, los lapachos en ramilletes rosa, en borra dorada los garabatos, fingían su florescencia primaveral zarazas y felpas. Algunos ya con su traje de estío, esponjaban verdores profundos, trasudaban otros sus resinas. Destacábanse entre aquella vegetación las breas, satinados de verde sus troncos glabros. Con esbelteces de cucaña lanzábanse los cebiles: los cedros tendían como nadadores, brazos gigantescos á través de la maraña; los nogales como que protegían con doméstica paternidad, y los palos santos recelaban en su corazón fragancia y fortaleza. Aquí y allá un palo borracho de tronco oval que parecía tachonado de pernos, prodigaba al sol sus florones crema. Algún quebracho pregonaba corajudas longevidades, tenacidad de fibras cauterizadas por el tanino como jamón magro. Las flores de ceibo purpureaban con una carnalidad de mucosas. El tronco de laurel, aderezado de caballete, desaparecía casi bajo un ropón de enredaderas por entre cuyos