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SORPRESA

cargas de música entre el tumulto de mandobles brillando como las rayas de un aguacero:


¡...O juremos con gloria morir!


Por toda disyuntiva, un juramento de gloriosa muerte. Nada más para las arremetidas al compás galopante del decasílabo; ese solo verso bramado, suspirado, reído en la familiaridad de la muerte, mientras reservaríase la estrofa para las solemnidades a modo de una suprema diana.

Y el capitán suponíase ya, jineteando al frente de sus hombres en la fresca mañana, las lanzas diagonales al firmamento, joyante el sol en las pieles de los caballos, recto sobre el enemigo, al trote, al galope, á la carrera, remolineando la carga sobre erizamientos de bayonetas. Y en tanto el verso belísono espoleando los corazones, pordelanteando á los regimientos enemigos, repicándoles la muerte sobre las nucas. Y los hombres, alegres de rugir aquello, echados al costillar del caballo tras el tundido guardamontes, zambulléndose en la descarga y reapareciendo — ¡ah hijos de una! — con un godo ensartado en cada chuzo.

En su táctica singular, ese arbitrio entraba seriamente, dado que ella limitábase á dos términos: