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LA GUERRA GAUCHA

un ciego que desde Tucumán se dirigía a Jujuy buscando su familia. Cómo llegó hasta esos parajes, por los despoblados, sin lástima ni socorro, nadie lo supo. Por alimento, según dijo, agenciábase algarrobas y mistoles; por bebida, tragos de lluvia en las huellas de los caballos. La miseria se atareaba en sus pingajos revejidos por los soles y aguaceros. Contaría como sesenta años. Una mecha blanca se hispía a través de su sombrero; y tal para cual la barba, esparcía un ralo brote sobre el perigallo senil. Traía a la espalda, por todo haber, una alforja con bayas del bosque y un violín rabón de cuerdas. Comúnmente silencioso, mamullaba su mate de la noche tarareando suaves tonadas en un recogimiento evocador; y cuando una de ésas, sus dedos sarmentosos vagabundearon sobre la guitarra del campamento, y largó su voz de opaca dulzura, casi como un vagido, los más herejes sintieron una falla en el corazón. Cantaba el viejo los estribillos aldeanos, el romance de algún famoso bandolero, con octosílabos enredados en el rasgueo como pájaros en el ramaje, titilando una lucecita sobre el agua de sus ojos. Por las noches, cuando al amor del fogón contaba cuentos — la historia del niño que salió a rodar tierras en un potrillo de siete colores, o la de los hechiceros que