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LA GUERRA GAUCHA

maldiciendo su suerte. Espantáronse los animales; y como entonces tirotearan los godos al niño, nadie lo advirtió.

La carrera de un caballo sacudió un momento después ese sopor de repletos. El galope se sujetó ahí cerca, chapaleando el lodo. Asomaron á la puerta los montoneros. El jaez de la bestia constituía por sí sólo una alarma; pero sin valorar el acto en la temeridad de su borrachera, dos salieron al rastro, volviendo muy luego con un envoltorio, amarillos y a escape. En el suelo depositaron su carga.

Allá sobre un poncho el niño se moría, pues una bala lo tocó al partir, perforándole los riñones. Dieron con él cerca del rancho, á cuyas goteras el eco de unos gemidos les advirtió riesgos próximos; y prescindiendo de aventurarse más, por juzgar posible una sorpresa, traían consigo al pequeño postillón con que la vieja les encargaba memorable escarmiento.

Un silencio en que se hinchaban sollozos atenaceó las gargantas con su astricción de nudo. Arrodilláronse en torno del mensajerillo, temulentos aún de alcohol y de sorpresa.

Cerrados los ojos, regando de sangre tumultuosa el suelo, aquel niño propiciaba con su holocausto victorias futuras. La agonía opacaba su faz donde las lágrimas que arrancó el rebenque godo