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LA GUERRA GAUCHA

vaporizaba densamente, surgía un trozo de arco iris en refulgencia de azarcón.

Bajo el algarrobo familiar, los caballos de la partida poniendo anca á la lluvia boceaban en mustio duermevela. Sus dueños, en el interior del rancho, discutían la marcha próxima, rejurando su indignación contra esa tormenta cuya espalda enorme se dibujaba á lo lejos. Triscaba otra vez sobre las botas la escopeta de caña:


Poné seis,
Poné siete,
Poné ocho,
Tapá tu biz..

.


En repentino arranque un soldado manoteó al niño, hundiéndolo entre sus rodillas. Alto el rebenque, vomitaba sobre él excesivas blasfemias. El rotoso calzoncito empezó a gotear...

Casi entero desaparecía en el pliegue del capote aquel vástago de montonera que el hombre tronchaba, como desquitando en él los sangrientos extravíos de la selva. Su juego vejaba. Ah, bribón!... ¿No se divertía ese pergenio zaparrastroso en golpearles los pies con su artilugio?... Casta de coya traicionero ¡ahora vería!

Cinco azotes acardenalaron sus piernas que pa-