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LA GUERRA GAUCHA

ble; otro que mascaba filosóficamente su coca, mientras con una paja la médica le extraía por succión el pus de un lanzazo. Y el más atroz — uno cuya fisonomía excavaba un solo agujero: labios, nariz y ojos arrancados por un casco de bomba, y para colmo ¡vivo!

Una fresca viudez enlutaba a las mujeres, percudidas en su aciaga laceria por intemperies y abandonos; algunas, amamantando su cría que agranujaban urentes acores; otras embrutecidas por la soledad en demencias lúgubres; no pocas de chiripá y chaqueta en las partidas, muriendo por la patria.

Y sin gloria. No los recordaban sino para vejarlos. Instituían por sí su gobierno, reputándolo ante todo militar, él, el caudillo al frente, con su intrepidez lastrada por su cordura, sin nombramiento del lejano Directorio, porque ya la Provincia se bastaba en la vida como en la muerte. Y las alcurnias ilustres protestaban contra la voluntad de esa plebe cuyo espíritu, regenerándose en el infortunio, honraba á la misma tierra que redimía.


Rejuveneciendo en la ablución del rocío, el paisaje se embelesaba sonreído de aurora. Las mon-