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GÜEMES

ron hasta la cumbre, desembocando en la inmensidad oscura, como náufragos sobre un escollo.

A los lados sombra, á veces difusa, á veces condensada con bultos. Detrás, más sombra. Al frente un hoyo de sombra que sepultaba la población. El silencio aquietaba las cosas como una definitiva eternidad, bien que á veces subieran ecos misteriosos, opacos, semejantes al paso macizo de batallones en las tinieblas. Mas, poco á poco, las estrellas se histerizaron allá arriba, contagiándose de palidez. Una tenuidad de berilo prelució en el oriente á espaldas de los hombres. Los cerros que almenaban el valle por el oeste, vislumbrábanse en color de niebla aún. Leves azogues opacaron el cénit. Diseñose en una penumbra de movilunio la ciudad, semejante á una caja de juguetes en la enormidad de las montañas. Serpearon por las calles insólitos regimientos. Rasgaron el aire desolados alaridos de clarines. Los chapetones evacuaron el puesto. Surgían al noroeste polvaredas, humos; las partidas que madrugaban, apostándose en sotos y desfiladeros; los chasques, las alarmas, los galopes de la montonera convergiendo desde el horizonte.

El jefe miraba. Ocurría al fin el trance de la victoria, ultra esos cuatro años terribles, sin una noche entera de sueño, sin un día limpio de san-