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LA GUERRA GAUCHA

se evadía por entre sus preguntas y arrollando cursivamente una de sus mechas, bizqueaba.

¡A una pobre tejedora como ella qué le reconvenían! Vacas?... De dónde, con semejante guerra! Que no los convencía su desnudez y su abandono?

Y tras acatarrarse de súbito para mayor grima, refugiábase trapaleando en su monserga.

Esa caronilla que un vecino le encargó, salvábala ahora. ¡Cinco reales en un paro de tres meses! A peine también urdía algunas prendas; pero la amilanaba ya el trabajo, los costos para recoger sus colores raigales: en las punas el socondo que tiñe de colorado, la tola que da el amarillo. Por las pencas durante días enteros en busca de grana... Y lo que es plata, ni pizca. Cambalacheaba sus obras por maíz, a dos almudes cada colcha. Si permitían, los obsequiaba con algún trabajito...

—...Viva el Rey! rugió uno de los godos, enfadado por aquella cháchara. Esos rebeldes! Qué sabandijas! Negaban sus ovejas alegando supersticiones estúpidas. Que si vendían una mermaba el rebaño... Igual cuando no conciliaban todas las reglas al sacrificarla, pues la habían de voltear mirando al naciente, recoger su último aliento en la escarcela de la coca, no carnear sino a la puesta del sol...

Mas ya bastaba de pretextos. El bosque pla-