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LA GUERRA GAUCHA

nentes, su talante zancudo que en una como loba doctoral se fajaba, su modestia retráctil, excluía toda sospecha al parecer. La devoción le colgaba de la nariz como el moco al pavo. Su castidad censuraba con mustia avilantez. Su alma de solterona arrinconábase en una mollera baldía de pelos. Pero ahí donde lo veían, en latín se llevaba de calles á cualquiera; y al graduarse en el solemne claustro cordobés, no había fallado un punto cuando sus exámenes, ni durante las doce conclusiones, sobresaliendo en las de ánima, ni en las cuatro parténicas, ni en las cinco mortales horas de la ignaciana. Los sermones del lustre, los panegíricos de miga complutense, él los condimentaba. Retajaba bien las plumas y fabricaba tinta de caparrosa.

Recluidos por el trastorno revolucionario en aquel villorio, cuantas veces el ejército realista atravesó, ambos lo favorecieron, considerándose sus atalayas á pretexto de confesiones y bautismos. Mas muy luego la hostilidad asedió.

Circunceñidas de hierro, las tropas replegáronse sobre Salta. Hambreaban, no obtenían ganado, esparcíanse en su busca; y sin lograr ni un rastro bisulco en las soledades, evacuaban el paraje, cosidas á su rezaga las montoneras, entre descargas y quemazones.