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UN LAZO

lantó aquella ola, flotantes al costado de los brutos como llamaradas los chiripaes rojos. Ya estuvieron encima, a cien pasos, á cincuenta. —Viva la Patria! — y con un refucilo, ochenta sables se desnudaron.

Reventó en desorden el tiroteo. De á tres, de á cuatro se agrupaban impeliéndose á encontrones. En bruscos volidos tajaban los sables. Los del segundo escuadrón baladraban, imitando a la vez gemidos de aves agoreras. Abandonábase el sable por el puñal y silbaban algunos pares de boleadores.

En la plaza coincidían rumores de ataque. La montonera cumplía por allá, interceptando la protección.

Sobre el campichuelo cebábase la lucha. Por un instante, dos se apartaron frente á frente en singular torneo. El maturrango resplandecía de galones. El insurgente lucía á modo de yelmo un cráneo de pollino con las orejas empinadas.

Lidiaron los sables un momento; intrigaron más su esgrima los jinetes; erró el montonero dos ó tres pernadas por desarzonar á su enemigo.

En un encuentro, los brutos encabritáronse. Realista y patriota se midieron, altos en el aire. Atacó el primero, cejó éste esquivándose con una reparada de su corcel, y en contracambio cercenó al godo la cabeza.