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UN LAZO

Caballo cebruno tienes ocho gusanos... Y así repitiendo hasta no dejar ninguno.»

Agradecieron gravemente, pidiendo de paso sus encargos para la familia, y hasta le prometieron responsos. Nadie pensó en argüir sobre sus presagios para desvanecerlos ó disuadirlos. Aquello era tan natural! Día más ó menos, de uno por uno les tocaría; y á ése dábanlo ya por muerto. Cuando les entraba el hormiguillo de morir, tirábanse al fuego sin escrúpulos, sobrando herederos para el sable y la tercerola.

Llegó en ese instante un mocetón que frisaría en treinta años: — el sargento. Tiesierguido; con un poco de papera; vivarachos ojillos; cara lampiña, de un solo relieve, como pan leudo. Lo querían mucho, cantaba bien y era vivo como un tajo.

—Precisaba aprontarse, pues llegaba el momento. Cargarían con él por derecha e izquierda. Una descarga, no más; y bajo el humo, á facón y sable. Sobre todo, no engreírse a destiempo si repelían al español. Perdieran cuidado; él iría á la cabeza.

Nadie le ganaba á temerario y á dicaz. Siempre con las espuelas flojas para que "llorasen", tremendo en sus sopapos, muy enquillotrado con sus campañas. Tambor en la del Año Doce; dragón en Sipe-Sipe... Era, además, domador y ambidex-