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LA GUERRA GAUCHA

—Aquella sería la última! Desde tres días atrás, una mosca le zumbaba al oído: —la mosca de la muerte. Pero no se acoquinaba por tan poco, no. Lo que sí, como despedida, les reservaba un regalo.

Reputábanlo entendido en animales, siendo verdaderamente polimático en toda suerte de veterinaria rústica. Para el moquillo, sangrar en la nariz... Para los orines atajados, un galope al animal y que éste oliera después la camisa del jinete... No enfrenar en día nublado al redomón, porque babea... Y variados linimentos é infusiones.

De esto cada cual sabía un poco. Pero su presente significaba algo más serio. Quería enseñarles a curar con palabras la embichadura.

Los hombres se acercaron curiosos, dándose cuenta de que por ahí andaba la fama del embaidor. Tantas veces le habían preguntado el secreto, sin sonsacárselo nunca; porque todo era comunicarlo y perder el depositario la virtud.

Bueno; averiguada la querencia del animal, su sexo y su pelaje, poníase el curandero para el lado de aquélla, a cualquier distancia que fuese; y si se trataba, por ejemplo, de un caballo cebruno, decía:

«Caballo cebruno, tienes nueve gusanos — siempre se comenzaba por nueve — tienes nueve gusanos; te saco un gusano y quedan ocho gusanos.