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DIANAS

los esplendores del triunfo en su algarabía desenfrenada. Por momentos volvía á su compás de júbilo, festejaba las derrotas, las fugas a escape rajando la tierra; estridulaba zurdos toques que caían atornillando espiras de cohete en el cráter de la pelea; daba á montes, árboles y ríos albricias gloriosas, lapidaba discordias, reía estrépitos, hería con bofetadas de címbalo la cólera de ese ejército que decampaba.

La torre entera se estremecía. Brotaban de sus ojivas llamaradas de música. Y el sacristán, alucinado hasta la locura, badajeaba furibundo, cañoneaba sus estruendos con mayor violencia cada vez, envuelto en el huracán de su orquesta.

En los recalmones de la lucha los combatientes oían.

A la manera que se levanta un ave, abarcando en su vuelo leguas de aire y de campo, aquel toque llenaba el firmamento, cubría los bosques con la palpitación de su onda.

Paulatinamente la distancia lo apagó. Los humos se borraban. Extinguíanse los disparos. Y el repique seguía clamando su viva la patria! viva! viva la patria! viva! a!...a!... —hasta que cortados los badajos, el sacristán, frenético, siguió golpeando con ellos su viva la patria! viva! viva! viva!...a! contrahecho de martirio, gigan-