Página:La guerra gaucha.djvu/340

Esta página ha sido corregida
341
DIANAS

Desde las ojivas divisábase el ejército y las montoneras que concurrían; pero el anciano ya no miraba con aquel regocijo de antes. Un desvarío petrificaba sus facciones. El recuerdo de recientes torturas estremecíalo aún.

Sentía los fusiles que, atravesado uno sobre la nuca y pasado el otro por las corvas y las sangrías, dos hombres apretaron hasta unirlos; el torcijón de su plegado estómago; la puntada fulgurante de la cintura; el martilleo de latidos con que percutió su cabeza y apisonó su nariz apoplético flujo; la lesión urente que le atravesó el pecho como una llamarada; el derrumbe de los hombros; la ojeada delirante, cuando su barba tocó las rodillas, eternizando una visión de groseras botas; el tumbo de su desnivelado cuerpo, la tiniebla verde del vahído...

Cuando volvió en sí, todo él era un solo dolor. Atormentábalo la sed; allegáronle una cantimplora, percibió un rumor de voces y desmayó por segunda vez. Pero ni una palabra le sacaron; y valiéndose de la confusión que el viaje introducía en la tropa, se marchó ese día sin que lo advirtieran.

La fuerza retoñó en él; y a la rastra con sus miembros, sin saber cómo, pudo llegar á la torre.

El ejército seguía camino, estorbado por las escaramuzas de sus propias guerrillas, pero siem-