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ALERTA

tiva. Un trazo de llama caligrafió enérgicamente la nube, detonando poco después á la distancia como el barquinazo de una carreta colosal.

Ralas gotas aplastáronse en el suelo con golpe mate, como pesetas. El aguacero ocultaba ya las circunstantes lomas. Una larga bruma se desgreñó en el cielo; soplos de huracán bascularon la selva; las frondas más altas esbozaron gigantescos saludos. Nuevos relámpagos encendieron sus flámulas. Las gotas trotaron con mayor presura. El rumor del chubasco se alzaba á rugido, y por instantes, sobre ese borborigmo de caldera, precipitábanse á la brusca desmesuradas carambolas. Agujereando los ramajes el viento se atornillaba en expansión ciclónica, barrenaba los árboles entre resoplidos de órgano. El vientre de la tempestad ensangrentábase de tajos. Una trama de noche y agua diluvial envolvía el comienzo de la refriega.

Al definirse aquellos preludios, la dueña de un ranchito edificado á la vera del monte, una vieja embozada en burda pañoleta, apareció llevando un trozo de mate con ceniza que volcó en cruz sobre el patio para conjurar la granizada. Gritó luego alguna cosa, un nombre cuyo final se aflautó en la ventisca, y poco después brotó de los matorrales la cabeza cetrina de un niño.

Contaría éste unos cinco años. Su melenita tu-