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DIANAS

retrocedió ante el crimen. Bajaron en silencio, no teniendo nada que decirse, pues la campana delatora acababa de confirmarlo todo con un vítor patriótico que lucía recién grabado en su pata, por contraposición al roído escudo de su vaso superior.

Ya en la puerta, el lego se encapilló, dirigiéndose ambos al cuartel. No bien llegaron comenzó el interrogatorio.

Acotó la negativa del anciano el gesto de un gran qué. Gauchos?... Señales?... Cómplices?... Ni palabra!

Mentía descaradamente, abjurando su única probabilidad de Paraíso por el bien de ese país cuya amistad le enternecía la entraña; por sus hermanos de cobre, por su familia de piedras y árboles, por su amenazada parentela de ríos. La libertad, amoldándolo en su horma de heroísmo, lo endurecía. Hablar?... No, no y no —aunque todos los montes le rodaran sobre los huesos!


Tres días después, el ejército dirigióse á Salta. Rodeado por el desastre, seguía su ruta, respirando el vientecillo de victoria que levantaban sus banderas. Vencido de hecho, obstinábase en la terquedad de su empresa, y carente de ganado,