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DIANAS

los arrayanes, componían aquella entonación, engarzando al pueblo en su felpa esmeraldina. Los follajes desplegaban por los cerros su vellosa abundancia, distinguiéndose sobre ese fondo las leñas como venas de caromomia. En algunos sitios esponjábase la fronda, semejando ancas de avestruces; brillaban después manchas de hierba corta, con el vejado tornasol de la pana; más alto aún, el follaje readquiría su profundidad, pero calada ya en encajes á que se mezclaban desflocamientos de nubes. Bajo aquel gris lluvioso, que era como un balbuceo del color, un relente empañado de violeta exhalábase de la montaña. Un silencio en que se oía los silbos de los pájaros con inusitada fuerza, solemnizaba la tranquilidad. Y el viejo sentía hinchársele el pecho de ternura, ante esa arboleda y esas cumbres que el peligro le reveló como una familia cuya integridad pendía tal vez del badajo de su campana.

Aquel paisaje con su calva mole al fondo, significaba esfuerzo; el cielo cejijuntaba; y el gotear de las bocatejas lloraba pensativamente su llanto sobre el riesgo de la patria.

Vagas cerrazones profundizaban por instantes el gris. La mole del fondo azulábase más en esos leves relámpagos de sombra. Después cerníase un desmenuzamiento de agua; un trueno gruñía entre