Los chapetones no tardaron en notar esos toques, más significativos por las coincidencias que aparejaban. Cada forrajeo era un combate, cada exploración una sorpresa, sin que los gauchos se equivocaran jamás. El jefe realista decidió un contragolpe.
Cierta mañana emprendieron viaje dos regimientos, y la campana, como se presumía, empezó acto continuo a tocar.
Amontonábanse nubes sobre las eminencias del contorno y llovía á intervalos. Instalado en su puesto, el sacristán abarcaba de un golpe las casas desiertas, los tapiales del suburbio donde se percataban guerrillas: todo el pliego cuadriculado de la ciudad, que la fuerza en marcha escribía con su negro renglón.
Los mohosos tejados, las paredes carcomidas de caliche, los parapetos y cañizos de ciertas techumbres que empenachaba el palán-palán ó alfombraban verdolagas rojizas, precisábanse en la grisácea luminosidad. Resaltaban con tal lustre los frutos de los opimos naranjales, que éstos semejaban sombrías torres foraminadas de candelillas.
Más lejos, por las lomas, una profusa gradación de matices armonizaba el paisaje. El verde dorado de las hierbas, el claro de los ceibos y el oscuro de