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LA GUERRA GAUCHA

pre sobre las carnes su látigo de arena, el monstruoso viento de la montaña.

Liados en sus capotes á los que se asía más furiosa la ventolera, con visos de arrancarlos; áridas como cecina las caras; grises como de granito los labios, uniéndose en fosca resignación su impotencia á la cachaza de sus mulas, aquellos realistas formaban un grupo bien lóbrego entre el silencio nada jovial de las nieves.

A pesar de tanta penuria, regodeábanse con cierta incrédula dejadez en aquella calma. Poco duraría, pero en fin...

No podían ya volverse, demasiado insertos en la montaña y perdido el contacto con su columna, seguramente; quedándoles como única esperanza la junción que se prometían con una fuerza en merodeo cuyas noticias recibieron al partir.

La noche antes habían merendado como última ración un mísero companaje, y ahora marchaban á la buena de Dios entre la desolación y la nieve.

Algunos con los ojos sanguinolentos de jaqueca, miraban en una exaltación de animales bravíos, medio locos bajo la punzada de aquel clavo de viento que parecía un eje de tortura en torno al cual giraban sus cráneos como insensatos volantes al vacío.

Miraban, miraban en tácito consejo de guerra,