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LA GUERRA GAUCHA

El hombre esputó de lado una flema roja.

—... triunfarán al fin... que no ha de amnistiarlos entonces...

—Coronel, ¿qué horas me manda ajusilar? interrumpió el herido.

Miráronse de rabo de ojo los circunstantes, y el jefe, como si nada advirtiera, preguntó al rebelde:

—Cuántos érais?

—Cinco. Vea, yo iba en derecera'e mi rancho, no? y devisé las güellas. Po'aquí va España, le dije á mi flete. Endenantes han pasao. Y ya rumbié tamién. Me toparon cuatro mozos amigos míos y me acompañaron. Ya cerró la noche. Ya no víamos... Po'el olor más juerte'e los poleos pisotiaos, sacaba la rastrillada. Yo creiba qu'eran diez juntos... Y cuando vide qu'eran unos más, ya no me quise volver...

Unos más, sumaban ciento y tantos; pero la aritmética del hombre concluía en sus pulgares.

—Me dentraron unas ganas de peliar!... Ustedes vayansé con las mulas, les dije á los otros. Yo me quedo á ver la chamusquina pa contarles. Me saqué la camisa y la guardé. Asina somos los pobres, coronel. El cuero sana; pero el lienzo...

Expectoró otra vez, escarbándose las narices con su mano restante, al paso que tramaba el relato de su complot.