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AL RASTRO

levantose sobre él. Al canto ardía un matorral, de modo que la lucha se destacó sobre ese foco. Los sables alzados cayeron, y al levantarse otra vez, el combatiente de la patria apareció todo de púrpura.

Pero él atacaba también, multiplicando pases y fintas, ya quebrado en imprevistos esguinces, ya echado al suelo un instante para distenderse mejor en el resorte de sus tabas. Tan apretados se le iban, que imposibilitaban los balazos.

Codiciosos de ese pellejo disputado con tal bravura, rugían su concupiscencia en ternos, amortiguadas las mandíbulas por la dentera estridente del coraje. Aquel gaucho representaba en persona al incendio vituperándoles su derrota; mostraba ¡en fin! al alcance, un poco de carne rebelde. Existía tal seguridad de matarlo que ni le intimaron rendición.

Su machete fraseaba siempre. Tejía á quites una reja en torno de su desnudez escarlata. Su cabeza parecía una albóndiga cruda. Ya no le quedaban facciones, eliminadas en su propio carmín como el disco de un sol de otoño.

Un instante desapareció, pero todavía volvió á intentar otro ataque. No lo dejaron. Veinte filos mordieron su carne, un fusil lanzado por detrás del cerco le golpeó la cabeza...