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AL RASTRO

los coraceros de ocre; y en el último término, los árboles que erguían el doble tizón de su horqueta en la oscuridad, eran más altos aún, los granaderos colorados con sus cotas de escama reverberante.

Crepitaba en los gajos verdes profusa mosquetería. Sordos cohetes trazaban por el aire su punto y coma. Las cortezas deshacíanse en virutas candentes. Y sobre esta trifulca de resplandores y de humos que el paso de la tropa espesaba aún con su polvareda, el ronquido de las llamas sobresalía.

La retirada convirtiose en escapatoria. Desfilaban hacia lo desconocido, arrastrando su derrota en las soledades, aplastados por un techo de humo tan bajo, que las cabezas metíanse en él á veces. Y de la soledad surgió un nuevo obstáculo. Una pirca les barreó el camino, y ante tan inesperada trinchera sus albedríos claudicaron. Semejante colaboración de azares, sobrentendía conjuraciones misteriosas.

El extravío de las catástrofes colectivas los enloqueció. Algunos acomodaron sus fusiles con suprema decisión bajo los mentones. Las navajas comenzaron á abrir paso. Uno apareció sobre la pirca, de pie, los brazos abiertos, y le gritaron ¡canalla! de todas partes...

Mas el clarín pronunció entonces su palabra