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LA GUERRA GAUCHA

alzábanse bayonetas y espadas, negras sobre la iluminación que enrojecía el ámbito en surgencias bruscas como cachetazos, avivando marchitos galones y desvaídas franjas.

Aquellos soldados maniobraban tácticamente bajo el dosel de fuego, con tan heroica temeridad, que los cerros lejanos decían ¡bien! bajo sus embozos de nieve.

El incendio les cocía las ancas, pegando á sus trajes chispas encarnizadas como tábanos; y mientras unos arrastraban la carreta, otros iban contrafogueando más adelante para quitar pábulo á la llama. La salvación dependía quizá de ese atajadizo que salvaron por fin; pero el viento se encaprichó. Aspirado por el horno que la combustión cavaba, rodó la hoguera sobre aquel baluarte. Las llamas tendiéronse como brazos, prendieron en la parte opuesta y el combate recomenzó.

Los regimientos de la llama invadían con sus meandros las tinieblas, encharcándolas de líquidos carbunclos.

Trasgueaban primero guerrillas de saltarines duendes; detrás rutilaba más alto el revoloteo de espadas rosas y flamígeros gallardetes de la dragonada; después, entre chisporroteos que reventaban en el aire crespas mazorcas, venían empenachados por densos plumajes, más altos, más altos,