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AL RASTRO

Un piquete se tendió azoradamente en guerrilla. Hombres medio desnudos arrastraban á brazo el polvorín. Clamoreaban voces de mando, juramentos de cólera desesperada, súplicas, imprecaciones. Un clarín loco estalló en dianas.

Rubias pavesas llovían sobre la techumbre del vehículo. El incendio mordía los matorrales á la raíz, aleteando con el estrépito de una lona que flamea, congestionando los rostros su tufo urente, avinagrando los ojos su cáustico humo. Los árboles respondieron con silbos y batacazos al tiroteo de la encandilada tropa. En rizos de azulada luz prendíanse los vástagos secos, en plúmulas de llama que se retorcían al aire como esquilados rulos. Levantábanse del monte pájaros temerosos, corrían alimañas por el suelo como una dispersión de ovillos oscuros.

Golpes de aire rompían á intervalos la ígnea malla y abatían la humareda, descubriendo palpitantes alfombras de ascuas. La columna retrocedía ante esa irrupción de los batallones del fuego que los insurgentes desataban á su paso; semicirculaba sobre el costado de la quemazón, pero las llamas erizaban porfiadamente su trémula crestería, azotábanla en flecos sobre los ramajes tan ardidos que parecían de cristal, desahogaban en el ámbito de la noche los jadeos de su pulmón. De la columna