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LA GUERRA GAUCHA

regresaba, después de haberlo fusilado, sin indicios de las provisiones cuya pista buscaban al azar.

Los restantes, salvo uno que traía media res de llama, corrieron la misma suerte. Ninguno halló enemigos ni poblaciones. La montonera descuidaba por lo visto aquellos parajes, concentrada, quizá, sobre el grueso de la columna. Dormirían tranquilos, siquiera, merendando sueño para mitigar el fracaso.

Hostigaban su cansancio cuatro noches de vela. Sus mulas harto sobajadas, lo requerían también. Desde la altiplanicie venían, firmes en su tozuda mansedumbre, pero ahiladas por la penuria, desangradas por los vampiros del bosque, enarbolando la melancolía de sus orejas sobre la rabia lúgubre del ejército endilgado en el brete de los cerros inacabables. Ya no contaban sino con muy pocas, y una vez cansadas se las comían. Viajaban sobre su almuerzo, mas tal circunstancia suponía punzadora aprensión. Esa noche, seguros de la soledad, no obstante, durmiéronse sin mayor inquietud.


Junto á un peñasco que cobijaban molles, el rastreador, de bruces, esperaba. A su lado, cuatro hombres en la misma posición, dirigíanse de rato en rato palabras imperceptibles.