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LA GUERRA GAUCHA

bien que las conocía en cien leguas á la redonda.

Una idea salió de entre sus cabellos, enturbió la tarde convertida en sospecha. Esos jinetes ahora ocultos por las montañas que se erguían detrás, empezaban á alarmarlo.

En un limpión habían desensillado. Patente estaba donde se revolcó una bestia: —como planchado el piso. Para mejor, resaltaban allá huellas de pies descalzos, y no de indio, pues los rastros se cortaban entre los dedos y el talón...

Más lejos, tiritaban algunos pelos en una rama; indicio de que los caminantes no llevaban guardamontes. El animal que los dejó era cebruno; y el más delantero, macho; porque en su huella, la ranilla dibujaba una media luna en vez de una horqueta...

Esto, nada añadía á la investigación, pero confirmaba su exactitud.

Más atento cada vez, el transeúnte ascendía ahora por el collado frontero, mientras una frase definía su suspición:

—Los maturrangos!

La sierra elevada detrás de su soliloquio, lo sabía; y hacia ella volvió su caballo, ya en la cumbre de la eminencia.

Tras los cerros surcados por cándidas neblinas, la nube formaba un telón de seda malva donde