Una voz objetaba, la otra insistía farfullando ternos.
Todo el día en discusión á dos pasos del enemigo!...
Escasas fuerzas...
Pocas?... Quinientos hombres! Armas?... Veintidós carabinas!
Tentaba, pues, la ocasión. Aglomerados allá los chapetones, sin rumbo en la deformada campiña. Fácil era fortificarse con rocas y troncos si ellos vencían, y después quedaba el refugio de la noche. Algunas camaretas confiscadas en un pueblo, permitían dos tiros por tercerola. Dos descargas... De sobra para apoyar el encuentro.
La tarde enternecía su levedad de rosa. Un profundo violeta aterciopelaba la serranía. Anegaciones de sombra allanaban sus pliegues. En la cumbre, el sol rompía aún sus flechas. Una admirable serenidad extasiaba el paisaje. Algunas perdices silbaban...
Por el costado de las lomas, efundíanse nieblas bajo la blancura del cielo altísimo.
Ni una nube. En torno del campamento crecía la inmovilidad. A espaldas de los dos interlocutores el crepúsculo comenzaba.
El escenario era sencillo. Un valle casi redondo, apedreado de rocas. Empañado por la tarde co-