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LA GUERRA GAUCHA

un poco; y persignándose, acometía á cuerpo perdido. Si la suerte lo ayudaba, sucumbía. Si no, prisionero, lo ejecutaban.

Con frecuencia carecían de bastimentos y de vicios. Fumaban de á tres en un cigarro, pasándose sucesivamente el humo de boca á boca. Cuando todo faltaba, recorrían sus monturas, dentellaban saetas, amadrinaban sus caballos. El jefe ejemplificaba, sobrio cual ninguno, abotonando su manea ó sobando una lonja. Alguno preparaba con cenizas de quinua, llicta para sazonar la coca. Explicaba ése cábulas de juego; éste enjabonaba su camisa con frutas de pacará...

Encontraban en ocasiones algún mañoso, royendo á escondidas tal trozo de charqui que ocultó en el seno durante la marcha. El hombre cedía, afrontando con ladinos retruques las bromas. Encarnizábanse las mandíbulas sobre esa vitualla que trascendía el tufo de su pecho; y como de fijo aparecía una vihuela, aunque ensordecida por los balazos y bastante incierta porque no la templaban durante días, cantaban de alusivo postre el Cielito de los Charquis ó el Triunfo de los Cochabambinos...

Aquellas diversiones acababan mal con frecuencia. Alguna partida española daba con el vivac. Querían prisioneros para averiguar de los ganados;