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LA GUERRA GAUCHA

Como los había molestado, compensaría el yerro, sacando de su escondrijo la fiera prendida á la cola de su caballo; pero, eso sí, tenían que enlazarla no bien saliera del camino. Las lanceadas de maturrangos aburrían; y qué diablos! —día más o menos, se daba el tumba-cabeza. Un tigre? Bah! Si el destino lo había dispuesto, al fin un tigre se lo almorzaría.

En su flaco rostro, triangulado por la barba, sus ojos se entristecían de fatalidad; y su juventud interesaba con aquella tristura.


Al tranco marchaban, comentando el incidente. Los perros, atados en las casas, gañían presintiendo sangre.

Ya próximos al sitio, algunos caballeros empezaron a recalcitrar entre respingos. Crujieron latigazos en el silencio que aumentaba progresivamente. El cazador apeóse un momento, anudó la cola de su cabalgadura, y de un brinco montó otra vez, siguiendo la marcha con su cortejo. Faltaban sólo el juez de la riña, los dueños de los gallos y el dragoncito. La pelea, en el colmo del interés, habíalos retenido.

En tanto, los otros llegaban al improvisado cubil. De un matorral, brotaron rugidos sordos y hacia allá endilgó el mozo á su bayo.