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LA GUERRA GAUCHA

jado como un odre, las desgarraduras atroces que lo lastimaban. Sobresalía bien visible una costilla rota por debajo de la chaqueta. Ni se indignaban ni compadecían, tanto estupor les causaba aquello, tanto dominio ejercía sobre su voluntad el temido jefe.

Por fin, dislocándose en contorsiones, siempre á la rastra con sus piernas, sobre los codos que sangraban sin duda hasta el hueso, el hombre no distaba ya más que un paso de su presa. Un silbido de viento atravesó el grupo. Crujieron distintamente las tascadas coscojas. La banderola palpitaba allá abajo sobre el verdegal como un ala de mariposa.

Cuando el herido la aseguró en sus manos irguió el busto ante la partida que lo observaba, empavesado de arambeles, tan pálido que lo advertían a pesar de la altura.

Pero mientras sacudía el trofeo, un gesto de victoria lo transfiguró. Vieron en su boca el grito que hasta ellos no ascendía, sintiéronlo en el corazón, y en un eco de sollozante clarinada se lo devolvieron:

—¡VIVA LA PATRIA!


Y el capitán, con el pecho como una fogata de alcohol, transportado por el alma que irrumpía