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LA GUERRA GAUCHA

La sombra de los árboles envolvía en su flotante randa al grupo, sembrando el piso de moharras de oro, en tanto que afuera el bochorno bruñía furiosamente el aire, socarrando las hierbas; irritaba en los senderos pecas de talco, y profundizando el azul celeste con su soflama rosa, atersaba en impermeabilidad de cinc un trozo de horizonte.

Hubo un momento de desazón, pues al meter cuchillo por los jamones, percibieron entre el olor salinamente gordo de la carneada, un tufo viroso. Toruno puerco! Se cansó con la corrida y ahora les aguaba la fiesta. Para cerciorarse, tenderían un churrasco al rescoldo; y si la sal no se insumía en la carne, confirmaban la conjetura. Siendo así, comerían las patas y la lengua, únicas partes que no se cansan.

La operación concluía. Conforme á la ceremonia tradicional, pintaron con la sangre una cruz en la puerta de la casa y enterraron en sus esquinas un poco de bazofia para que ella comiese. En coyundas se balanceaban suspendidas de los gajos las mayores piezas; el resto se oreaba ensartado en los adrales del carretón familiar.

Un caliginoso silencio aplanaba el paisaje. Abatidos por él, algunos matarifes dormían á la sombra. Sólo quedaban junto á los fogones las muje-