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ARTILLERÍA

Detrás de ella cabalgaba en recia mula un negrito, llevando en bandolera un atabal. Y ella peroró ahora por su crédito y por la patria.

A vindicarse venía, acantonándose con ellos, no bien supo su extremidad. Que rabiasen los maturrangos ahora! Que se encopetasen los condes rotosos del lugar! A morir todos si era menester por el honor de las armas patriotas! Una corazonada de triunfo la fortalecía, y para que no los jaquearan por falta de plomo, ahí les conducía con qué amunicionarse.

Dos defensores aligeraron a la acémila de su carga, y entonces pudieron comprobar algo magnífico. Hacinábase en aquellos cofres toda la argentería de la patriota: jarros, palanganas, mates, vastas fuentes —hasta bacines— en un montón refucilado de brillos.

Extasiados ante aquel don que tan inesperadamente los acaudalaba, coartó sus potencias una especie de miedo. Hambres, miserias, dolores, recrudecieron en un ansia de codicia; pero el mayor, que siendo de los nobles del lugar, zahería desbrazándose con un bostezo las iras de la mulata, vociferó á la vista del tesoro:

—Munición, munición, por Cristo padre!

Aquel grito fanatizó las voluntades en un delirio de patria. El tambor del negrillo acabildó al vecin-