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LA GUERRA GAUCHA

doramente su cojín. Cardones salteados con esbeltez guerrera flanqueaban el declive en una dispersión de asalto.

El imponente peregrino arrostraba los riesgos empinado su morrión y sable en mano. Ese matorral, aquel tronco, salváronlo de inminentes tabaladas. Un airecillo de puna retozó peligroso punzando jaquecas y nauseando mareos. Supremas anhelaciones enervaban al militar. De cuando en cuando, torcido por violenta apoyatura llameaba un lampo en el sable. Manos y piernas se crispaban entonces...

Un chispeo de mica espolvoreaba las peñas. Profundos follajes, en conos de choza ó en platitud de acamados céspedes, escondían precipicios bajo sus felpas. Un molle, un aromo de anaranjadas motas, cubrían por momentos al dragón.

Arriba, apretados sobre la cornisa del abismo, los montoneros respirando apenas, enmudecían. El jefe secó en dos gorgoritos las escurriduras del chifle. ¿Cuánto duraría eso? Un siglo y un minuto equivalían.

El sargento bajaba siempre.

A trechos dudaba un poco enjugándose la frente con el puño. La partida resollaba entonces, enormemente. Vaciló una vez, y bajo el titubeo de sus pantorrillas, cerro y corazones se bambolearon. Un esguince lo equilibró.