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LA GUERRA GAUCHA

la única alfombrada, reforzando más aquel lujo una cornucopia que reverberaba como un altar. Con voluptuosidad pomposa recostábase en su coche ajando espumillas y rielando aguas de gro para mecerse en pacíficas vectaciones al vaivén de las sopandas con una ardiente rosa en la trenza y en los labios una sonrisa incitada al negro fuego del linaje africano. Bailaba admirablemente y en el minué, su danza favorita, sacaba el pie con más donaire que ninguna.

En la amorosa palpitación de sus narigales, en su desenvoltura un tanto mórbida, en su encanto excesivo y anterior, insolentábase la belleza de la mujer que ha pecado, malquistándola con la sociedad que la proscribió tanto por sus conquistas como por su lujo; pero su patriotismo la reconciliaba con los más en el cariño sino en la estima. Los insurgentes recurrían á su mesa y á sus cofres con desenfado fraternal, seguros de remediarse. Sus esclavos, instruidos por oficiales patriotas, compartían la suerte de la montonera; y ella en persona se dio una vez de moquetes con cierta vecina que comadreaba su realismo, vistiendo hábito de la Purísima y peinándose á la izquierda.

A extramuros del lugarcillo en que cincuenta insurrectos bajo las órdenes de un mayor convaleciente repelían los ataques de dos batallones,