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ESTRENO

Las miradas se dirigieron al sable del dragón.

—Qué tajo!

Mientras, éste, afianzado en el arma, iniciaba su descenso por el talud. Cierta solemnidad trágica subyugó las cabezas como un viento. Preveían la cosa. El caudillo lanzaba su hombre a la muerte por esa rampa de vértigos y pedrones.

Casi vertical, no afrontaría sus llambrias gigantescas. Alguien reflexionó en voz alta que, sin descalzarse, resbalaría tal vez...

El dragón rehuyendo toda charla, levantó una pierna. Amarilleó por debajo el pie desnudo, sin rastro de suelas. La ordenanza exigía botas, y como lo exigía...

Nadie se sorprendió pues ese pie valía un argumento en las circunstancias.

El sargento descendía.

Cada paso duplicaba un riesgo de muerte. Desprendíanse grandes rocas rodando con rebotes inmensos al fondo de la quebrada. Aguzado el ojo por la ansiedad, detallaban con precisión anómala los accidentes del terreno bajo las plantas del caminante.

Piedras crispidas de lunares multicolores ó bañadas de gris ferruginoso; farallones tremendos; riñonadas de cuarzo. Las yaretas hinchándose en verrugones de musgo amarillento, lubricaban trai-