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ESTRENO

saludó el despertar de las lejanas dehesas. Jefe y sargento aproximáronse silenciosos al desfiladero en cuyo fondo negreaban los cóndores. A poco trecho, aquél señaló un cadáver; y más allá un trozo de lanza con su banderola. La montonera discutía más lejos, refunfuñando.

El subalterno, arrimándose un poco, exponía el percance en secreto, como avergonzado de oírse.

...Oscuridad... Sorpresa... Noche...

...Encovó a los godos en la encrucijada... Setenta, más o menos... No los embistió, porque llevaban infantería... no se usaba... Operó mal con la noche... Una descarga... Otra en respuesta... Y cada grupo se desbandó por su lado...

Él pujó solo. Trucidó algo de un mandoble...

La narración se encadenaba.

...Mucho trabajó para no rezagar la gente. Esforzose toda la noche en esto, y despistado, calló por no deprimirse ante sus hombres. El resto lo presumía. Dios lo asistiese... y que lo fusilaran.

El capitán difería con malos modos.

Lindo espectáculo ante la guardia chapetona! Ya lo supuso cuando se retardaron la víspera, rastreándolos, en consecuencia, desde el amanecer. De sus gauchos, bisoños al fin, no le extrañaba. ¡Pero de este sargentón!... Pucha con los célebres Infernales!