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VADO

daderos baladros; pero contundentes amonestaciones se lo prohibieron, y su trote recomenzó.


Algunas huellas indicaban el esguazo. Quizá el río no se explayara mucho allá, existiendo pasos mejores; mas los hombres se impacientaban. Una humareda Á lo lejos antojábaseles el vivac. Después, ya no quedaba en el horizonte sino media vara de sol.

El imbécil despojóse de sus lienzos; y su mirada, arrumbándose al albergue donde el maestro lo esperaría á esa hora, enturbió el panorama con la neblina de una tristeza. Giró luego sobre los soldados, las reses, las mulas...

Desensilladas éstas, iban tarascando las matas ávidamente. Los jinetes alistaban una almadía para sus efectos.

La mitad pasó, trabajando mucho, pues la remolcaban con los dientes. Llegaba el turno de la inmersión para los otros y las mulas.

A gritos y ademanes las enguizgaban. Vibrantes las narices, olfateando la profundidad, remoloneaban. Flic, flac! —llovían lonjazos sobre sus ancas escabrosas de flacura. Chapoteando encogidas, atollábanse en el sablón. Dos volvieron grupas de pronto, arremetiendo campo afuera. Nuevos gritos,