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ESTRENO

Respondíanle todos los cuatreros del pago, pues á cada cual le apañaba una trapacería. Regimentó aquella turba gregal a sus expensas, sin espulgarle mucho el doblez. Con tal que prometieran la catadura y el despejo, se toleraba de postulante al mismo diablo. Y si resultaba un poco foragido, ¡de perlas! Si perpetró homicidio en duelo leal pertenecíale impune. Ya alistado, tanteábalo en persona con una camorrita, y según las agallas del prójimo confirmaba la admisión.

Como se le extraviase cierto día una virola de las acciones paseó sin chistar durante un rato frente á la partida, arredrándola con inquisidora esquivez. De repente acogotó á uno, lo estaqueó acto continuo sentenciándolo "por bárbaro". Ejecutada la pena, le regaló la otra virola y el insurrecto confesó su delito. A los tres días desertaba. Entonces el jefe se condenó á sí mismo, "por bárbaro" otra vez.

Temían más sus sobarbadas que un cañonazo en el vientre. ¡Pobre del chapetón aprisionado en día de viento norte! Quinientos, mil azotes le educaban el genio para empezar; que emborrachándose el jefe, prefería degüello. En tales ocasiones se encelaba. Su mujer huía á campo traviesa, sin tiempo más que para arrebozarse en una sábana, encomendándose al capataz. Pacificaba éste al caudillo acostándolo en su propia cama, con súpli-