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A MUERTE

vía, y el lúgubre grupo dio con el fondo de la cripta. Ella, lanzando un quejido, reclinándose sobre el pecho de su amante...

Sintió entonces á través de las ropas la cadavérica rigidez. Tocó la boca, ya no alentaba; el corazón, ya no latía. Desprendió como en un sueño la chapona, y tanteando una suavidad de cabellos, adivinó la crencha con que su amor lo premiara en contrarresto de alguna pasión falaz. Su boca abríase ya para el lamento que semejante desenlace le arrancaba, cuando cerca del muerto, en la oscuridad, sonó un gemido.

Una manotada de miedo repelió su sollozo; y soldándose al difunto en suprema crispación, el síncope suspendió sus potencias.


Cuando reaccionó, ya la luna alumbraba adentro.

Enderezose á gatas, lleno de murmullos el cráneo como un caracol, descuartizándose en dolores. Y sus ojos vieron sin sorpresa, atrofiada toda emoción por el exceso de sus terrores, en lugar de uno dos cuerpos boca abajo. El otro llevaba uniforme enemigo.

Asiolo de una pierna, pues nada temía ya. Sus ojos eran dos agujeros de delirio; su cuerpo, un pellejo ajado, pues las horas de dolor le habían