una valva. Ya salían de la selva los peregrinos, á pocos pasos de la cueva. Atrás, la espesura acababa de golpe diseñando una geografía de golfos y de cabos; y por el contorno, los cerros alisábanse profundamente oscuros, en una transparencia de anegación. Una rana por allá cerca escondida, cacareaba anunciando lluvia.
Los aromas desfallecían en una casi sepulcral frescura de viejo aljibe. Aquella noche espaciaba en la eternidad la etérea excelsitud de sus esplendores. Una desolación surgía de su impavidez luminosa que algodonaban brumas. Su claridad enlenzaba los troncos secos evocando mortuorias paces. Pero no lo reparaba la joven ni eso la aterraba como al partir. Llegar! Llegar!, gritaba la sangre en sus sienes. Los mismos espectros se apiadarían de tal miseria, y el espíritu de los Tatas antiguos la acogería en su bondad.
Himpló una puma en la dirección del rancho, al propio tiempo que balaron las ovejas, y el perro se disparó ladrando en aquella dirección.
La joven llegaba á la cueva en ese momento, coincidiendo su entrada con aquel aumento de soledad.
Untuoso aroma de helechos llenaba la caverna. Un murciélago volose despavorido, manchando fugazmente la blancura lunar. Tres pasos toda-