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LA GUERRA GAUCHA

abrigo que ese socavón, pues el hombre expiraba. Tanteando al azar, sus manos retraíanse prietas de dolor, ocultos los pulgares bajo los otros dedos. Y el peligro superó á los temores. Espuelas, daga, tirador, cuanto pesaba quedó en el sitio.

La muchacha levantó en peso al agonizante. Puntuando con sangre sus huellas iban los novios lamentables. Soplos de viento mezclaban sus cabelleras, removiendo en profunda palpitación la masa del bosque. No daba más de diez pasos seguidos la triste, pues el cansancio entumecía y acalambraba á la vez sus miembros, tanto como martirizaban los guijarros sus pies. Y á cada estación, el miraje de sus amores se precisaba rasgo por rasgo, más en contraste con el tétrico abandono.

Cuando la ayudaba en su telar, un día que le aprehendió la mano entre los lizos. Cuando recién la festejaba, una vez que, cenando juntos, carnavalearon con el corazón de una sandía. Cuando ella se improvisaba collares con las guinditas del chalchal, para que él se las comiera á besos glotones en su misma garganta...

Punjían en su seno como cilicios esas trivialidades del ayer feliz. No pensaba siquiera en el enemigo causante de su desgracia. El agonizante constituía su mundo de pena. En vano le hablaba. No respondía, no, a su reclamo. Ni un suspiro, ni uno