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A MUERTE

su inquietud. Aquella espesura sembrada quizá de cadáveres, la confundía. Vagamente advirtió el orto de la luna.


Los alientos del moribundo volvíanse estertores y el sereno pasmaba riesgosamente sus heridas. La mujer alzose, titubeando, miró la loma que se erguía al frente y de golpe recordó. Allí existía una caverna de fácil acceso y á menor distancia que la choza; pero aquel refugio era según los díceres un habitáculo de brujas.

De allí salía para la noche de san Bartolomé, el farol, la llama indicadora de tesoros ocultos, prendiéndose á las grupas de los transeúntes; y adentro solía hallarse tejas con imágenes de serpientes ó ídolos del viejo culto; uno de gesto nefando y ótidas cejas; otros de expresión cogitativa, como si la piedra de tanto asumir una efigie humana hubiese aprendido á pensar. Y la joven recordó, amilanándose, las narraciones de una médica tía suya; los exorcismos del amor, los talismanes y sortilegios para enriquecer; así como su horror secreto cuando la requerían para despenar agonizantes fracturándoles las vértebras...

El silencio argentado de luna favorecía aquellas remembranzas. No quedaba, sin embargo, otro