honor de san Juan, patrón de los corderos; y hasta que le embadurnaran el rostro, según costumbre, con la sangre de las orejas en que se labraba su señal: — muesca de un lado y orqueta del otro. Tiñendo a la rústica sus labores, se ataviaba; y un vestidito moteado con cualquier tierra de color, bastaba para embellecerla hasta la delicia. Su choza le sobraba en su brevedad de nido, y un jardincito florecíale todas las tardes claveles rojos que nadie veía morir...
Sonroseaban sus mejillas una media luz sobre su hermosura cálidamente morena. Semejante á un efluvio de sueño, su mirada difluía en languidez el fuego negro de sus ojos. Entre sus labios de bermejor desbordante, los dientes, como granos de choclo tierno, nacaraban la sonrisa; y siendo un poco separados, y la barbilla corta, el aspecto de la joven sugería algo infantil, desmentido sólo por la cadencia del andar y la petulancia trémula del seno.
Pero de poco tiempo atrás, una palidez opiló sus hechizos. Si sus mejillas perdieron frescor, y lozanía su garganta, casi á blanco advino su cutis y puliose más su cintura. La brevedad viril de la crencha motilona, no aminoró su donosura; pero el recuerdo de semejante cabellera preocupó á más de uno. Qué tórrido esplendor cuando se abría