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DOS PALABRAS

por un sudor de cinc. El macizo oleaje de roca apilaba en una eternidad estéril sus bloques colosos. Muy lejos, en alguna umbría, un tordo cantaba. Está rezando, decían los hombres. Algunos se persignaron en silencio.

Bruscamente, los animales enderezaron las orejas. Un jinete repechaba el faldeo que los patriotas escalaron de noche á tientas. Su cabalgadura apezuñaba con estrépito. Las tercerolas se prepararon. Pero casi al instante, el busto de un hombre y la cabeza de un caballo surgieron del cardonal que cerraba la senda, y aquél imprecó:

—Sargento!

Retrepándose en su montura, la mano en la visera, el dragón titubeaba. Sus hombres, sonrojados por el sinsabor de la derrota, agachábanse desconfiando. El capitán! Cómo soportarían el trepe que les echara! Cómo lo moderarían sin abochornarse!

A un tiempo jefe y patriarca de sus gauchos, lo idolatraban éstos. Nunca mandaba directamente; imbuía más bien su coraje:

—Si no vamos, creerán que es de miedo... En las ocasiones solemnes:

—Vaya!... ya están con miedo; pero ellos tienen más.

Y la partida lo enmendaba con un prodigio.